25 feb 2012

La invención de Hugo: Scorsese escribe su carta de amor al cine



El joven Asa Butterfield da vida a un huérfano que vive oculto en el reloj de la estación de tren Gare Montparnasse de París. Allí ha llegado después de la trágica muerte de su padre, un inventor con el que compartía una irrefrenable pasión por cualquier tipo de mecanismo o engranaje. Oculto entre los recovecos del edificio observa cada día el incesante reguero de viajeros que pasa por la estación, pero su atención se detiene siempre en la tienda de juguetes mecánicos que regenta el viejo Georges (Sir, Sir y mil veces Sir Ben Kingsley), un carcamal que no le quita ojo de encima.
Una historia con tintes dickensianos que se torna como un homenaje al genio de Georges Méliès, y al séptimo arte en toda su extensión, y que basada en un relato ilustrado de Brian Selznick nos presenta a un Scorsese inédito, tridimensional y pletórico.
Georges Méliès: fue un ilusionista y cineasta francés famoso por liderar muchos desarrollos técnicos y narrativos en los albores de la cinematografía. Méliès, un prolífico innovador en el uso de efectos especiales, descubrió accidentalmente la sustitución del stop trick en 1896 y fue uno de los primeros cineastas en utilizar múltiples exposiciones, la fotografía en lapso de tiempo, las disoluciones de imágenes y los fotogramas coloreados a mano. Gracias a su habilidad para manipular y transformar la realidad a través de la cinematografía, Méliès es recordado como un «mago del cine». Dos de sus películas más famosas, Viaje a la Luna (1902) y El viaje imposible (1904), narran viajes extraños, surreales y fantásticos inspirados por Julio Verne y están consideradas entre las películas más importantes e influyentes del cine de ciencia ficción. Méliès fue también un pionero del cine de terror con su temprana película Le Manoir du Diable (1896).

Brian Selznick: El libro fue inspirado en un pasaje de Edison’s Eve, escrito por Gaby Wood. Este libro se centra en al colección de autómatas que perteneció a Georges Méliès. Tras su muerte, la colección fue desechada por el museo al que fue donada. Selznick, un forofo de Méliès y de los autómatas, quedó fascinado, imaginando como un niño robaba una de aquellas maravillas mecánicas.